VIDA EN PAREJA Y SEPARACIONES RÁPIDAS


Me sorprende mucho la velocidad en la que las personas establecen una convivencia conyugal; pero más me sorprende la velocidad en la cual se separan. Me refiero a que ya no existe un conocimiento previo, ni un tiempo prudente para que el amor surja más espléndidamente. Tengo una amiga que después de tres meses de noviazgo decidió iniciar una vida de pareja, y esa no fue la primera vez que convivía en pareja. Personalmente respeto la vida y las decisiones de cada persona, pero creo que este tipo de acciones requieren un poco más de perspicacia.  

Hace unos días salí de viaje por un lapso de 15 días. A los pocos días de mi regreso, me entero que a uno de mis vecinos lo había dejado su esposa: se fue de un día para otro. Y aunque dicho hecho me sorprendió mucho, soy consciente que ocurre con mucha frecuencia. Las separaciones ocurren cada vez más rápido, sobre todo en las relaciones conyugales establecidas bajo la figura de la unión libre o pareja unida. Esta sociedad marital de hecho no debe llevarse a los tribunales para su disolución, solo hace falta que una de las partes tome la decisión de terminar la relación, y actuar.

Tomar la decisión de vivir en pareja,  o por el contrario, de dejar de vivir en pareja, son decisiones que día tras día se toman más rápidamente. Jugamos a creer que en 6 meses o menos, podemos forjar un amor lo suficientemente fuerte para sobrellevar las dificultades de la convivencia conyugal; pero a la vez jugamos a separarnos tan pronto como sea posible porque no se han cumplido las expectativas. Entonces terminamos jugando de una manera dual, apostando sentimientos en el corto plazo esperando encontrar un amor perpetuo, sin dejar el as bajo la manga como un comodín de salvación hacia una nueva relación que ofrezca una mejor partida en este vago juego que nos roba algo más que tiempo: felicidad. 

Debemos aprender a tomar decisiones sabias basadas en la paciencia y la dicha de la espera. En medio del afán dejamos pasar valiosas personas, que quizá tenían el potencial para ser un esposo (a) ideal, pero la rapidez de una decisión sustentada en banalidades,  la aleja de nuestra vida, y entonces después de “probar” muchas más relaciones, llegamos a la vejez afirmando que ninguna valió la pena, porque el verdadero amor nunca llegó. 

Por Daniel Gómez
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