UN MATRIMONIO SINCERO


La sinceridad se construye momento a momento, hasta llegar al punto donde cada uno de los conyugues se muestra tal como es, con alegría, con entusiasmo y con mucho amor. Aunque la sinceridad no debe confundirse con la pretensión de la aceptación total, es decir: “así soy yo, que me acepte como soy”. Esto denota egoísmo, y es este el enemigo número uno de la sinceridad.

La sinceridad conlleva al encuentro de cada uno de los esposos en el cuerpo y en el espíritu, fortaleciendo su personalidad y construyendo juntos un mundo donde cada uno pueda vivir sin rencores, sin culpas y sin reproches. En el camino a este maravilloso encuentro, entran en medio los ideales negativos de la sociedad respecto a la vida marital, como la supremacía masculina, la sumisión femenina, las responsabilidades laborales, la presencia del estrés, e incluso las diferencias de tipo afectivo y sexual; pero cuando cada uno reconoce la verdad del otro y la comprende sin aires de superioridad, dichos negativos pasan al plano de lo banal donde es posible un amor verdadero libre de prejuicios.

Muchas cosas en la vida carecen de un manual para hacerlas, y al parecer, la sinceridad conyugal no es una excepción. Pero si escudriñamos un poco más en los matrimonios que se han unido a Dios y a su divina doctrina a través de la biblia, vemos que tienen un manual universal, infalible y de gran poder para elevar la unión matrimonial a los más excelsos lugares de la mente humana; y es que el comportamiento de los esposos debe reflejar el propósito de Dios. Pablo lo escribió muy claro en 2Cor. 6, 6: “Nosotros obramos con integridad, con inteligencia, con paciencia, con benignidad, con docilidad al Espíritu Santo, con un amor sincero”.

La libertad de un matrimonio reside en la sinceridad. Jesús dijo que la verdad hará libre a los hombres; por lo tanto, un matrimonio sincero conocerá la verdadera libertad.

“…y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. (Juan 8, 32)

Por Daniel Gómez
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