HASTA QUE LAS DEUDAS NOS SEPAREN
No es un secreto para nadie que el manejo del dinero en el matrimonio
es una de los retos más grandes a superar para lograr la armonía en el hogar. Desde
ahorradores exagerados hasta deudas desmedidas que superan los ingresos mensuales, las
relaciones de pareja se ven enfrentadas a una serie de retos para encontrar la
salud financiera; retos que muchas parejas no logran superar. El dinero es una
de las primeras causas por las cuales las parejas acuden a los tribunales para
solicitar el divorcio.
Por su parte, las deudas son un reto gigante dentro del
matrimonio. Si bien éstas pueden representarnos facilidades para adquirir una
casa, iniciar un negocio o financiar nuestros estudios, es muy importante establecer
un techo de endeudamiento en el matrimonio. No es que no puedan adquirir una
deuda, sino que deben de tener un plan financiero para el pago de esa nueva obligación
financiera, y a la vez, tener cuidado de no pedir más crédito al banco. Existen
matrimonios donde el problema de dinero adeudado está tan avanzado, que la
muerte ya deja de ser el elemento separador de la unión conyugal: ya son
matrimonios que dicen “hasta que las deudas nos separen”. Hay parejas que logran terminar el proceso de
salir de un mar de deudas sin control, pero también hay muchas que naufragan.
¿Y porque la deuda es
tan dañina para la vida matrimonial?
Cuando los créditos se salen de control se crean presiones
no deseadas, entonces te suceden cosas como estas:
-Trabajas más para ganar más dinero y cumplir con las deudas (a menudo tomamos ese camino pensando que es el correcto).
-Te agotas más y no puedes pensar con tranquilidad.
-Reduces el tiempo para compartir con tu familia.
-Las responsabilidades del hogar y la familia son asediadas por la presión de las deudas.
-Tus actitudes cambian y el trato hacia tu familia tiende a ser más brusco.
-Descuidas el matrimonio, la iglesia y las metas planteadas.
-Te ves obligado (a) a cambiar tus hábitos.
-Todo lo mides con dinero y te vuelves mezquino.
-Empiezas a vender tus pertenencias para salir de las deudas.
-Mantienes estresado y de mal genio todo el tiempo, incluso con las personas que más amas.
Cuando ambos cónyuges trabajan, la presión recae sobre los dos y entonces se hace más difícil llevar las riendas del hogar. Es como poner dos imanes en polos negativos, por más fuerza que ejerza no se lograran unir, a menos que uno cambie de polaridad. Con esto me refiero a que deben tomar las deudas con calma y hacer planes para salir de ellas. Pueden solicitar ayuda a un consultor financiero, y si el caso es muy grave, a un consejero matrimonial; pero en ningún momento permitan que las deudas los separen.
Recuerden que el amor lo supera todo, incluso unas obligaciones financieras fuera de control.
-Trabajas más para ganar más dinero y cumplir con las deudas (a menudo tomamos ese camino pensando que es el correcto).
-Te agotas más y no puedes pensar con tranquilidad.
-Reduces el tiempo para compartir con tu familia.
-Las responsabilidades del hogar y la familia son asediadas por la presión de las deudas.
-Tus actitudes cambian y el trato hacia tu familia tiende a ser más brusco.
-Descuidas el matrimonio, la iglesia y las metas planteadas.
-Te ves obligado (a) a cambiar tus hábitos.
-Todo lo mides con dinero y te vuelves mezquino.
-Empiezas a vender tus pertenencias para salir de las deudas.
-Mantienes estresado y de mal genio todo el tiempo, incluso con las personas que más amas.
Cuando ambos cónyuges trabajan, la presión recae sobre los dos y entonces se hace más difícil llevar las riendas del hogar. Es como poner dos imanes en polos negativos, por más fuerza que ejerza no se lograran unir, a menos que uno cambie de polaridad. Con esto me refiero a que deben tomar las deudas con calma y hacer planes para salir de ellas. Pueden solicitar ayuda a un consultor financiero, y si el caso es muy grave, a un consejero matrimonial; pero en ningún momento permitan que las deudas los separen.
Recuerden que el amor lo supera todo, incluso unas obligaciones financieras fuera de control.
Por Daniel Gómez
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