EL DESAFÍO DEL AMOR

El matrimonio debe ser alimentado día a día con amor, lealtad, respeto, palabras positivas y mucha comprensión. Sin embargo esto no lo es todo, el real desafío del amor es ser feliz en el matrimonio.


Todos quieren la felicidad matrimonial, pero la realidad es que en nuestros tiempos pocos la logran. Algunos disfrutan de una buena relación por varios años, pero al cabo del tiempo todo cambia, terminando en un divorcio o en un matrimonio infeliz que finge ante la sociedad que todo marcha bien, cuando en realidad están viviendo su propio infierno. Lo peor es que empezamos a transmitir y creernos la mentira de que así es el matrimonio, que tarde o temprano todo cambiará y acabará en una ruptura matrimonial. ¿Pero si las parejas se casan por amor, porque sucede esto? sencillamente porque cuando nos casamos empezamos a pensar en nuestra propia felicidad, y a creer que no tenemos que esforzarnos en mantener encendido el amor; nos olvidamos que el matrimonio es un ministerio para dar y hacer feliz al otro. 

Otro error que a menudo se comete en el matrimonio, es asumir que lo que me hace feliz a mí, hará sin duda feliz a mí pareja. Pero es que loa felicidad es subjetiva, por eso la importancia de unificar, sueños, metas y proyectos como pareja, no sea que tus proyectos sepulten sin querer los de la persona amada, es verdad que muchas cosas inevitablemente deben cambiar, pero nunca nos debemos olvidar de que nuestra felicidad queda automáticamente ligada a la felicidad de nuestro cónyuge, pasamos de ser dos personas, a ser uno solo, no físicamente sino espiritualmente.

Si nos enfocáramos desde el inicio de nuestro matrimonio en cumplir con la promesa que hacemos, en dar amor y hacer feliz a nuestra pareja, tendríamos muchas más posibilidades de obtener nuestra propia felicidad. Porque cuando somos desinteresados, y hacemos todo con amor, ese amor se devuelve con la misma fuerza o aún mayor. El problema es que hacemos las cosas esperando algo a cambio, dejamos de amar desinteresadamente, y pasamos a enfocarnos solo en nosotros mismos, olvidando incluso que el compromiso adquirido ante el altar o ante el juzgado, no es solo con nuestra pareja y con los invitados, sino que el mayor compromiso es adquirido es con Dios.

Por Norma C. Alarcón
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